Centro de Ciencias Ignacio Bolívar: arquitectura en la sierra
El Centro de Ciencias Ignacio Bolívar es uno de esos edificios que entienden la montaña desde dentro. En plena Sierra de Guadarrama, muy cerca de la estación invernal de Navacerrada, el proyecto articula la vida interior con el relieve exterior mediante decisiones precisas y sensibles. Promovido por el CSIC y firmado por el arquitecto Ramón Fañanás, el conjunto organiza usos y recorridos en torno a la ladera, encuadra el paisaje como si fuesen cuadros y propone un modo sereno de habitar la altura.
Tabla de Contenidos
- 1 ¿Qué es el Centro de Ciencias Ignacio Bolívar?
- 2 Centro de Ciencias Ignacio Bolívar: estrategia de estratos y zócalo
- 3 Centro de Ciencias Ignacio Bolívar: programa, circulaciones y vistas
- 4 Materiales, clima de montaña y confort sin artificios
- 5 Centro de Ciencias Ignacio Bolívar y su diálogo con el paisaje
- 6 Estado reciente y oportunidades de reactivación
- 7 Galería de fotos
¿Qué es el Centro de Ciencias Ignacio Bolívar?
El Centro de Ciencias Ignacio Bolívar nace con una ambición clara: ofrecer un lugar para residencias científicas, encuentros y formación en un entorno natural privilegiado. Ubicado en el término municipal de Cercedilla, y conectado paisajísticamente con Navacerrada, el edificio se asienta en una parcela de pendiente acusada donde cada metro importa. Por eso, los espacios se ordenan por cotas, facilitando usos distintos según la relación con el terreno. La planta a nivel de acceso reúne las actividades comunes; los niveles superiores acogen estancias de descanso. Así, la arquitectura regula el paso del día a la noche y del trabajo a la contemplación sin romper el ritmo del lugar. Además, la orientación maximiza vistas y luz, y minimiza el conflicto con el viento frío de la sierra. El resultado es un equipamiento compacto, pensado para funcionar con grupos y, a la vez, para ofrecer rincones silenciosos. Ese equilibrio entre comunidad y retiro define la identidad del Centro de Ciencias Ignacio Bolívar desde su concepción.
Centro de Ciencias Ignacio Bolívar: estrategia de estratos y zócalo
La intervención se apoya en una idea potente: estratificar el edificio según su relación con la topografía. En la cota de nivelación aparece un zócalo acristalado que prolonga el terreno dentro de las salas de uso múltiple. El límite se difumina, por lo que la vegetación y las texturas del monte entran en contacto directo con el interior. Este zócalo es también umbral climático: protege del frío, filtra la radiación y permite que el espacio funcione en jornadas variables. Por encima, los niveles con habitaciones y áreas más silenciosas trepan la ladera como bancales, preservando privacidad y calma. La sección construye el proyecto: cada cambio de cota explica un cambio de uso. Y, además, cada peldaño de la sección incorpora una banda de servicios y recorridos claros que facilitan la gestión del edificio en temporada alta. Todo esto se lee desde fuera como una pieza escalonada, discreta, que busca apoyarse en el terreno más que dominarlo. En el Centro de Ciencias Ignacio Bolívar, la sección no es sólo técnica; es la narrativa del lugar.
Centro de Ciencias Ignacio Bolívar: programa, circulaciones y vistas
El programa se ordena por intensidad. En la base, el zócalo reúne salas flexibles para talleres, reuniones y actividades de divulgación. Se abren a un jardín inmediato que actúa como aula exterior. Este contacto directo permite trabajar con muestras, cartografiar in situ y, por supuesto, descansar mirando al bosque. Hacia arriba, las plantas con habitaciones se resuelven como franjas silenciosas. Cada franja suma piezas de apoyo y miradores interiores. La circulación longitudinal funciona como una secuencia de pequeñas estancias donde detenerse. Por tanto, el pasillo deja de ser tránsito y pasa a ser experiencia. La fachada encuadra vistas como si fuesen ventanas-cuadro; cada hueco está pensado para capturar un fragmento del paisaje. Así, la arquitectura se convierte en instrumento de observación. Además, la separación entre lo «público» del zócalo y lo «privado» de los niveles superiores reduce interferencias acústicas y térmicas. El Centro de Ciencias Ignacio Bolívar construye su identidad con esta lógica: claridad funcional, recorridos intuitivos y paisajes enmarcados que acompañan el trabajo diario.
Materiales, clima de montaña y confort sin artificios
Diseñar en la sierra obliga a pensar en viento, nieve y radiación. El proyecto asume esa condición con decisiones sobrias. El zócalo acristalado capta luz en invierno y, combinado con aleros y retranqueos, limita el sobrecalentamiento en verano. Los huecos se disponen para favorecer ventilación cruzada cuando el clima acompaña, lo que reduce el uso de sistemas activos. Además, la compacidad de las plantas superiores y su posición escalonada ayudan a la inercia térmica y minimizan superficies expuestas. La envolvente controla filtraciones de aire y gestiona los puentes térmicos en puntos críticos, especialmente en encuentros con la ladera. No hay gestos grandilocuentes: hay detalle, ajuste y pragmatismo. La elección de cerramientos y carpinterías prioriza durabilidad y mantenimiento sencillo, algo clave en ambientes de heladas y granizo. Y, aunque la luz manda, también lo hacen las sombras: los marcos profundos protegen los huecos y aumentan el confort visual. En suma, el edificio busca eficiencia desde el diseño, no sólo desde la maquinaria. Esa apuesta se percibe en el día a día y refuerza el vínculo entre arquitectura y paisaje.
Centro de Ciencias Ignacio Bolívar y su diálogo con el paisaje
El emplazamiento manda. La sierra no admite imposiciones y, por eso, el edificio elige la prudencia. En lugar de abrir huecos indiscriminados, el proyecto selecciona puntos de vista y los convierte en marcos. El visitante no «mira todo»; aprende a mirar mejor. Así, los corredores se transforman en galerías de observación y las salas en cámaras de calma. Además, la topografía se convierte en un recurso didáctico: desde la base se aprecia la geología del terreno; en los niveles altos se leen las masas forestales y los cambios de horizonte. La proximidad con Navacerrada y las rutas que recorren Cercedilla hacen del centro un punto ideal para campañas de campo, sin renunciar a un interior sereno. Esta relación es bidireccional: el edificio toma prestado el paisaje y, a cambio, lo respeta con su escala y su modo de asentarse. El Centro de Ciencias Ignacio Bolívar, en definitiva, es un mirador construido a ritmo de ladera: cada paso hacia arriba multiplica la comprensión del entorno.
Estado reciente y oportunidades de reactivación
El edificio fue promovido por el CSIC y se ubica en una finca de aproximadamente 9.100 m² dentro del término de Cercedilla. La concesión administrativa que habilitaba su gestión concluyó en 2023 y, desde entonces, el inmueble carece de un uso estable. El paso del tiempo y varios episodios de expolio han lastrado su puesta en servicio, algo especialmente doloroso al tratarse de un equipamiento pensado para ciencia y educación en plena Sierra de Guadarrama. Sin embargo, su lógica espacial —zócalo activo, niveles silenciosos y vistas medidas— sigue vigente y ofrece margen para una reactivación prudente. ¿Qué usos encajarían sin forzar la pieza? Por un lado, residencias breves para grupos de investigación, formación de profesorado y seminarios de campo. Por otro, programas de divulgación vinculados a biodiversidad, clima y paisaje serrano. Además, la cercanía a itinerarios clásicos de la zona facilita actividades de monitorización ciudadana y talleres de cartografía. El Centro de Ciencias Ignacio Bolívar ya posee la infraestructura espacial adecuada; activar la gestión, asegurar el inmueble y priorizar el mantenimiento serían los pasos sensatos para devolverlo a la comunidad científica y a la sociedad.
Galería de fotos
Asómate a los encuadres del edificio y deja que la sierra complete la historia.
